27 septiembre 2019

“¡Vé al banquete!”

11 de mayo, 2019
Devocional por John Piper

¡Oh, prueben (gusten) y vean que el Señor es bueno! (Salmo 34:8)

A ustedes que dicen que nunca han probado (gustado de) la gloria de Dios, les digo que han probado muchos de sus aperitivos.

¿Alguna vez has mirado al cielo? ¿Alguna vez te han abrazado? ¿Alguna vez te has sentado frente a un fuego cálido? ¿Alguna vez has caminado por el bosque? ¿Te has sentado junto a un lago? ¿Te has acostado en una hamaca en el verano? ¿Alguna vez has bebido tu bebida favorita en un día caluroso o has comido algo delicioso?


Cada deseo es o una distorsión o una invitación devota a deleitarse en la gloria del Cielo.

Dices que no has probado la gloria de Dios. Y digo que has probado aperitivos. Entonces vé al banquete. ¡Vé a Dios mismo!

Ya has visto las sombras; ahora mira la sustancia. Ya has caminado en los cálidos rayos del día; date vuelta y mira al mismo sol ¡a través del lente protector y enfocador del evangelio! Ya has oído ecos de la gloria de Dios por todas partes; ahora sintoniza tu corazón con la música original.

El mejor lugar para afinar tu corazón es en la cruz de Jesucristo. “Hemos visto su gloria, gloria como del único Hijo del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).

Si deseas la muestra más concentrada de la gloria de Dios, mira a Jesús en los Evangelios, y mira especialmente a la cruz. Eso enfocará tus ojos y afinará tu corazón y despertará tus papilas gustativas para que veas, escuches y pruebes la gloria del verdadero Dios en todas partes.

¡Fuiste hecho para esto! Por eso, te ruego: ¡No desperdicies tu vida en las sombras! Dios te hizo para que veas y saborees su gloria. Persigue esto con todo tu corazón y sobre todo lo demás. Has probado aperitivos. ¡Ahora vé al banquete completo!

Extracto devocional de
“El Propósito Último de Dios: Vasos de Misericordia Conociendo las Riquezas de Su Gloria”

11 septiembre 2019

Justicia y Misericordia


Hubo un estallido y luego una luz cegadora cuando la puerta se abrió de golpe. Medio segundo después, otra vez la oscuridad, cuando tres formas llenaron el marco de la puerta. Túnicas oscuras, casi hasta el suelo, bloqueaban el brillo del sol que acababa de iluminar esta habitación oscura, este acto oscuro. Por un momento me quedé aturdida, confundida... ¿quiénes eran estos hombres? Agarré mi bata, las manos temblando, luchando con ella mientras manos ásperas me agarraban de los hombros y me ponían de pie. Habíamos sido descubiertos, atrapados, en el acto mismo de adulterio. Estos eran los fariseos. Esta vez no habría forma de ocultarlo. Estábamos expuestos. Ni siquiera abrí la boca para protestar. Estaba paralizada de miedo. Me sacaron a la calle. Escuché un grito, casi un gemido. ¿Qué era ese ruido? Entonces me di cuenta que era mi voz la que estaba escuchando. Yo era la que gemía. Me arrastraron tan bruscamente que perdí el equilibrio. Piedras me cortaron las manos donde intenté detener mi caída. El polvo llenó mis ojos, mi boca, mi nariz. En vez de esperar a que me pusiera de pie, uno de ellos comenzó a arrastrarme por el pelo por ese camino de tierra. Me aferré a su muñeca para tratar de evitar que me lo arrancara. Tambaleando, volví a ponerme de pie. Mientras me arrastraban hacia el templo, tropezando y llorando, seguí escaneando el camino detrás de mí. ¿Dónde estaba él? Seguramente lo vería en cualquier momento, también siendo arrastrado a juicio. Seguí mirando hacia atrás. Él no estaba allí. No había nadie allí. ¿Estaría soportando yo sola esta humillación?

Mi corazón se aceleró salvajemente. Me habían llevado al templo. Pude ver que una multitud ya estaba allí, pero no por mí. Parecían estar en medio de algo, escuchando a alguien, posiblemente a un rabino. Esperaba que me arrastraran por el costado, pero no lo hicieron. Me llevaron directamente a los pies de este rabino y se detuvieron. Mis piernas cedieron. Me desplomé al suelo. La gente se alejó de mí, formando un gran círculo a mi alrededor. Mi cara estaba en el suelo. Mis dedos se adhirieron al suelo, buscando algo, cualquier cosa a la que aferrarme. Sentía el espacio abierto a cada lado como vastas cavernas que me separaban de todos y de todo. Nunca me he sentido tan sola.

Entonces hablaron. “Maestro, esta mujer fue sorprendida en el acto de adulterio. La Ley de Moisés dice que sea apedreada”. Estaba familiarizada con esa ley. Muy familiarizada. Sabía que debía ser apedreada junto al hombre con el que estaba cometiendo adulterio. Él me lo había explicado antes. Por eso habíamos tratado de tener tanto cuidado. Él conocía la ley. Él era experto. Él era fariseo. Y sin embargo, sólo yo estaba aquí, esperando el juicio.

No estoy segura si incluso estaba respirando. Recuerdo el miedo. Recuerdo sentir que mi corazón se me salía del pecho. Recuerdo el sabor de tierra y de lágrimas en mi boca. Recuerdo la desesperación. Pero entonces, boca abajo en la tierra, no vi, pero sentí que alguien se había agachado a mi lado, llenando el espacio junto a mí con su Presencia. Él no me tocó, pero lo sentí allí. Abrí los ojos, aún sin atreverme a levantar la cabeza y vi sus manos, fuertes, firmes y limpias. Él extendió su mano y tocó la tierra. Comenzó a escribir en el polvo. Cuando terminó, sus manos estaban tan sucias como las mías. Cuando leí lo que escribió, todo mi cuerpo comenzó a temblar. Se puso de pie y se dirigió a mis acusadores. Con voz clara dijo: “Está bien, pero que quien nunca haya pecado arroje la primera piedra”. Se quedaron en silencio. Nunca he experimentado tal silencio. Y en ese momento, una vez más, se arrodilló a mi lado. Estaba tan cerca de mí que temí que le golpearan aquellas piedras. Volvió a escribir en la tierra. Los fariseos no vieron lo que Él escribió. No estaban mirando. Pero yo sí. Uno por uno, mis acusadores dejaron caer las piedras que habían juntado con el propósito de juicio. Las piedras que serían mi muerte cayeron de sus manos. Escuché un golpe sordo tras otro hasta que la última piedra había caído al suelo.

Cuando el último de los fariseos se había ido, Él me habló. “¿Dónde están tus acusadores?” Le miré a la cara. “¿Ni siquiera uno de ellos te condenó?” Le respondí: “¡No, Señor!” Él me respondió: “Yo tampoco. Ve, y no peques más”.

Me fui.


Han pasado años desde ese día. Mirando hacia atrás ahora puedo ver lo mucho que no entendía en el momento en que estaba sucediendo. No sabía que los fariseos habían expuesto mi adulterio no por un celo por la justicia, sino por el deseo de atrapar a este rabino, Jesús, a quien odiaban. Pensaron que podían enfrentar a Misericordia contra Justicia. Ellos intentaron obligarle a Él a elegir una u otra. Si les hubiera dicho que siguieran adelante y me apedrearan, su mensaje de arrepentimiento y misericordia se vería socavado a los ojos de la gente. Si me hubiera dejado en libertad, habría estado violando la ley mosaica sobre cómo lidiar con el adulterio. Con cualquier otra persona, esa trampa habría funcionado. Pero los fariseos no entendieron quién era Él. Porque sólo Él podía elegir ambos. Él derramó Misericordia sobre mí. Dios derramó Juicio sobre Él. Yo me iría cambiada, perdonada y libre. Él se iría y sería condenado y crucificado por pecados que no fueron suyos.

Él me salvó ese día. Me salvó en cada sentido en que una persona puede ser salvada. Me salvó la vida y entonces el alma. Yo sí fui y no pequé más. No es que haya vivido una vida perfecta desde entonces, pero he vivido una vida perdonada. Y he aprendido cómo se ve el amor. No se ve como unos pocos momentos ilícitos robados en secreto. Se ve como Uno arrodillado a mi lado, en la tierra, en mi vergüenza, escribiendo palabras que sólo mis ojos verían. Se ve como Uno que se interpone entre mis acusadores y yo y absorbe el castigo por mi pecado, en amor. Ahora sé cómo se ve el amor. Se ve como el lugar donde la Justicia y la Misericordia se encuentran. Se ve como Jesús.


Basado en el relato bíblico en Juan 8.
Traducido del original en inglés en el blog: “Will Not Be Taken”

Esperanza Real y Rescate

Te invito a leer la historia de Esperanza Real que experimentó un joven llamado Jonatán. 

(Puedes leer más de su historia en el sitio web: “Jona Torres”).


Esta vida, con todos sus gozos y bendiciones, es en realidad, parte de una saga de dolor y llanto humano. Anhelamos bebés que nunca llegan. Se esperan niños que nunca llegamos a conocer porque fallecen en el vientre. Padres entierran a hijos a quienes nunca pensaban enterrar. E hijos entierran a padres, lamentando palabras nunca dichas... y recordando palabras que nunca se debían haber dicho. Caminamos por las salas pediátricas en el hospital, donde los colores brillantes y juguetes sonrientes no pueden esconder la realidad de que aquí hay niños gravemente enfermos. Nuestros corazones—y a veces nuestras voces—gritan al cielo mudo... “¿Por qué?... ¿Por qué?... ¿Dónde está Dios… si es que existe? ¿Cómo puede permitir tal sufrimiento?”

Estas preguntas no son nuevas. Y aunque nunca entenderemos todas las respuestas en esta vida, Dios nos ha dicho mucho en cuanto al motivo y el propósito de nuestros sufrimientos… y cómo terminará esta larga historia.

La historia, o por lo menos nuestro papel en esta saga, comenzó en un huerto perfecto. Un huerto sin desilusión, sin cáncer, sin dolor. Estábamos ahí, aunque no lo entendamos completamente, en ese día fatal cuando nuestros primeros padres desobedecieron a Dios. Y aún si no creemos que estábamos ahí, tenemos que aceptar lo escrito cuando nos dice la Biblia que nosotros—junto con todo el mundo—hemos pecado contra un Dios santo: No hay justo, ni aún uno. Así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Y aquí está la raíz de todo el sufrimiento que conocemos tan bien: Es el pecado.

Nuestro pecado no fue un defecto en el plan de Dios. Tampoco es que Dios sea de alguna manera responsable por el pecado. Y porque Dios es perfectamente santo—es decir, completamente apartado del pecado—es necesario que él condene a los pecadores. Que un Dios justo llame “justo” a un pecador injusto desgarraría el tejido mismo del universo. Así que la ira de Dios se revela contra la injusticia de los hombres; y seguimos rebelándonos contra nuestro Creador, dándole la espalda, sin saber que así esperamos un infierno eterno. Y esto, para muchos es el fin de la historia.

Pero el plan amoroso de Dios Padre fue que Dios Hijo se hiciera hombre, sin dejar de ser Dios. Y que él viviera en este mundo como la única persona justa que jamás caminara sobre esta tierra. Este justo, Jesucristo, sufriría en un madero—es decir, una cruz—por gente injusta. Padecería el furor pleno de la ira justa de Dios Padre; y lo haría para que todos los que un día vendrían a El—aunque merecieran sufrir por sus propios pecados—nunca lo tuvieran que hacer.


La historia de Jonatán es un ejemplo de lo que Dios está haciendo en la tierra. Dios está revelando estas buenas noticias de su Hijo a personas como Jona, a personas como tú. Cuando Jona creyó en Jesús, poniendo todo su peso en El; cuando invocó su nombre, confiando completamente y solamente en la obra de Jesús, su muerte y resurrección; cuando Jona vino a Dios de esta manera, este Dios justo pudo—y lo hizo—declarar a Jona “justo” porque Jesús había sufrido la ira de Dios en su lugar. Dios en su gracia está haciendo lo mismo para todos los que creen el evangelio. Y no es que sólo los justifica una vez para siempre, sino que también los hace santos, conformándoles a la imagen de su Hijo, Jesucristo.

El sufrimiento que Jona experimentó no fue un fracaso de Dios en el cuidado de uno de sus hijos. Al contrario, el sufrimiento que Jona experimentó fue el cumplimiento de la obra que Dios había comenzado en él, una obra que sin duda cumplirá en cada cristiano. A través de los fuegos del sufrimiento, Dios hizo que Jona se pareciera más y más a su Hijo, Cristo. Y Dios usó a Jona para continuar esa obra en la vida de cada hijo de Dios que lo conocía. Dios ha prometido esto: que todo lo que toque nuestras vidas tendrá ese resultado.

Y para todos los que creen este evangelio, el día vendrá en que, una vez más, no habrá ni desilusión, ni cáncer, ni dolor. Jesús gobernará el reino de Dios de una manera que hasta este momento no hemos visto. Los hijos de Dios disfrutarán y glorificarán a Dios por la eternidad. Te invitamos a leer la Biblia, la historia de su redención del hombre. Te animamos a creer sus palabras, a pedirle que te salve del pecado, confesando a Jesús como tu Señor y único Salvador.